miércoles, 3 de octubre de 2007

Las vueltas que da la vida

Crónicas de Barrios Bogotanos

Cada persona tiene un destino marcado, del cual es imposible de escapar o tratarlo de cambiar. Así de simple es como los seres humanos estamos sujetos a vivir la vida. Nadie decide como vivirla, simplemente tiene que vivirla. Yo, Guillermo Gómez, de 27 años, me pongo en las noches a recordar lo que era mi vida hace unos años, aquellos años en los que yo era niño y disfrutaba de mi infancia. Yo viví en Normandía (segundo sector), un barrio de la ciudad de Bogotá, ubicado en la calle 53 con Boyacá. Vivía en una casa esquinera, grande, cómoda y muy bonita. Mi familia estaba conformada por mis dos hermanas menores, Diana y Lorena, consentidas y juguetonas. Pasábamos tanto tiempo juntos, íbamos al parque, corríamos, jugábamos baloncesto y cuando mi papá estaba en la casa, y nos daba plata, nos íbamos a comer helado.
Nora, mi madre, se dedicaba a los quehaceres de la casa, y en sus tiempos libres solía tomar clases de cerámica. Carlos, mi padre, es un gran abogado, ellos siempre nos complacían en todo lo que se nos antojara. Mejor dicho, a mí y a mis hermanos nunca nos faltó nada. "Cómo desearía volver a vivir esos momentos". Evidentemente con el tiempo crecimos los tres y dejamos de ser tan unidos como éramos antes, pues cuando llega la adolescencia uno quiere vivir cosas nuevas. Y cuando el tiempo pasa y pasa, pues uno crece y crece. A mis 18 años empecé a interesarme a tener novio, por ir a fiestas y por hacer cualquier cosa que me divirtiera con mis amigos. Dejé de interesarme por mis hermanas y empecé a vivir mi vida, mi mundo.
Mis amigos y yo, que estudiábamos en un colegio que quedaba en Villaluz que se llama "Gimnasio los Monjes", empezamos a capar clase, nos íbamos a tomar por ahí en cualquier parque. Nos creíamos lo mejor, los mas machos por quebrantar las normas del colegio y hasta las de la casa. En este momento empezaron los problemas para mí, pues en mi casa mis papás empezaron con el cuento que si no cambiaba mi manera de ser me fuera de la casa. Me decían ¿qué le pasa? ¿por qué se está volviendo tan rebelde? , usted no era así. Pero la verdad es que yo no les prestaba atención. No les contestaba nada. Me quedaba callada y esperaba que se le quitara el mal genio para después irme a la calle. Un año después me gradué, con mis cuatro amigos del alma, Jonathan, Germán, David y Andrés. Con ellos contaba para las que fuera, por eso éramos tan parceros y además vivíamos cerca todos. Después mis papás me preguntaron qué quería estudiar y en cuál universidad. Yo les dije que me dieran tiempo, porque no estaba seguro y que lo mejor era esperar un tiempo para no equivocarme de carrera.
La calle
La calle se fue convirtiendo en mi vicio. Siempre quería salir e ir a tomar licor con mis amigos, o hacer lo que fuera con tal de no estar en mi casa viendo televisión y haciendo nada. Mi mamá y mi papá seguían con lo mismo: que cambiara, que primero estaba el estudio, y que había tiempo para todo. Me daban y me daban consejos. Pero yo decía: eso solo son ganas de molestar, yo soy joven, es normal que yo sea así. Además que tiene de malo que salga a divertirme.

Así continuaron las cosas y cada vez el trago, la rumba, el cigarro y mis amigos se fueron convirtiendo en lo más importante para mí. Me volví tan cerrado con mis cosas, que mis hermanas trataban de hablarme para decirme que hiciéramos algo los tres, yo les respondía con un insulto, les decía qué les pasa, culicagadas, yo ya no soy un niño, tengo 20 años, ustedes hasta hora 16 años, que voleta andar con ustedes ¡ maduren!
Lo inesperado
Cansado de hacer lo mismo y de sentirme siempre igual, tomando, fumando cigarrillo y consiguiendo " viejas" para pasarla bien, la verdad nunca me tomé una novia en serio, tenía a mis amiguitas solo para las rumbas. Entre rumba y rumba se me presentó la oportunidad de hacer algo diferente, de salir de la rutina del trago y el cigarro, mi amigo Andrés me dijo que el había comprado marihuana porque tenía ganas de probarla, y pues por qué no hacerlo, si decían que eso lo transporta a uno a otro mundo. A pesar de que siempre fuimos re rumberos ninguno de los cuatro nos habíamos metido con esas cosas. En ese sentido siempre fuimos sanos.
Andrés me convenció y los dos fuimos al parque " El Oasis", a dárnoslas de los duros. Esa noche fume marihuana con Andrés, porque David, Germán y Jonathan, no quisieron. Dijeron: yo no le jalo a eso, porque uno nunca sabe. Yo les dije burlándome: dejen de ser tan gallinas, que no pasa nada, solo es para saber qué se siente. La marihuana me pareció lo máximo, me sentía re bien fumando, se me volvió casi una rutina, pero en cambio Andrés no le pareció nada del otro mundo y no lo volvió a hacer. Como a mis amigos no les gustaba lo que yo estaba haciendo, decidí alejarme de ellos, empecé a involucrarme en un mundo donde yo era lo único que importaba. Al principio lograba controlar el fumar, pero desafortunadamente se me convirtió en un vicio incontrolable el cual me fue consumiendo la mente y el cuerpo.
Más Drogas
Con el pasar del tiempo, ya no era suficiente la marihuana. Deseaba algo más fuerte, algo que me hiciera un mayor efecto, que me transportara más a mi mundo. Como me la pasaba en los parques de Normandía metiendo solo, conocí mucha gente que hacía lo mismo, la cual me vendía la droga, por ahí yo hablaba con ellos, pero lo más importante era tener con que trabarme. Mi familia se enteró de lo que yo andaba haciendo porque algunos vecinos les contaron que yo me la pasaba en los parques con una gente toda rara. Mi mamá lloró, mi papá, me dio consejos y mis hermanas me abrazaban, diciendo que no siguiera con esos pasos porque terminaría mal.
Las primeras veces les pedí perdón les dije que iba a cambiar; pero no, no pude controlar tales vicios como el perico y la marihuana. Cuando mis padres se dieron cuenta de lo metido que estaba en ese mundo, que no cumplía mis promesas, decidieron internarme en un centro de rehabilitación. Mi ansiedad por las drogas se calmó, duré como un año internado. Me había recuperado y mi familia estaba esperándome feliz en casa, con mis cuatro amigos del alma, de los que me aleje durante tanto tiempo.
Por un año estuve bien, o eso trataba de aparentar, porque la verdad es que cuando estaba solo en las noches sentía ansiedad de meter, de trabarme. Así que nuevamente caí en ese mundo.
Volví a los parques a meter drogas, me degeneré totalmente, pues yo no me importaba mi apariencia. Cuando iba a mi casa ya no me abrían la puerta, yo gritaba, hacía escándalo, mi familia se canso de todas mis promesas en vano, supuestamente por no verme más así decidieron que lo mejor era que yo solo reflexionara, e hiciera algo.
Perder a la familia
Mi familia me dijo que se avergonzada de mí, que ya era todo un gamín y degenerado, que ya no contara con ellos, porque se habían cansado de darme oportunidades. Que si eso era lo que yo quería de mi vida, que les dolía, pero que no podían hacer nada más por mí. Así que me echaron de la casa. Yo me fui, arrendé una pieza en San Ignacio con una plata que ellos me dieron: un barrio más o menos cerca de Normandía; durante un año no volví a la casa, no los busqué, quise dejar las drogas, lo intenté, estaba dispuesto hacer todo lo posible por recuperar a mi familia y encontrar una nueva oportunidad para mi vida.
Tomé la decisión de buscarlos. Tenía miedo de hacerlo, pero finalmente lo hice. Fui a mi casa, cuando timbré salió una señora que yo no conocía y le dije que si por favor llamaba a Nora, mi mamá. La señora me contestó que ellos le habían vendido la casa a ella hace seis meses. Yo no lo podía creer, se fueron sin dejarme una razón o una dirección para buscarlos, Tampoco hasta el día de hoy, a mis 27 años, se han interesado por saber que paso conmigo.
Toco vivir así
Después de ese domingo que fui a buscar a mi familia. Perdí las fuerzas de recuperar mi vida y de dejar las drogas. Después de todo, ya no tengo una casa, ni una familia que se preocupe por mí. Mi único refugio son las drogas, lo único que hago es rebuscar la manera de conseguir para mi vicio. Duermo casi siempre debajo del puente de la calle 53 con Boyacá, pido limosna y hago cosas en la calle para poder vivir. Como dicen por ahí soy un indigente que anda de lado a lado. A veces vengo a Normandía, paso por el frente de la que era mi casa, en la que viví una infancia feliz con mis dos hermanas y mis padres. Pero sé que sólo son recuerdos, que no volverán, no planee vivir así; pero por circunstancias de la vida terminé viviendo algo que nunca me imaginé.
¡Ah! Se me olvidaba contar que el otro día vi a Andrés por la Avenida Boyacá. Lo saludé, a él le costó reconocerme, obviamente por mi apariencia. El me saludó y dijo " hablamos después, voy de afán".


Por: Yuri Algeciras

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