jueves, 30 de agosto de 2007

¿CUAL ES EL MILAGRO?

Son las 9:00 de la mañana y estoy esperando a la multitud, esa que traerá la única alternativa de comida del día y tal vez de la semana; por que definitivamente los domingos son el mejor día, aquí en el 20 de julio.

Desde hace cinco años, me levanto a las siete de la mañana, y me bajo a pie del barrio Samblas, donde vivo con mi esposa y mis hijas. Todos los domingos, desayunamos en familia y nos disponemos a trabajar “como dios manda”. Mi esposa vende los envueltos que la noche anterior ha preparado hasta muy tarde y mis hijas me acompañan en mi puesto, bueno, mas bien en mi toldo; porque tiendo en el piso una sabana, donde coloco: escapularios, imágenes, algunas en yeso, libritos de oración, afiches, crucifijos y varios frasquitos de colores, a los que llamo esencias, cada uno depende del cliente. Si éste tiene cara de necesidad económica, como es el caso mas común, el frasco indicado es el verde, y así sucesivamente, con cada frasco, y con las velas es lo mismo.

La hora en la que más vendo, es desde las 9:30 de la mañana, más o menos; hasta las 2:30 de la tarde. En el transcurso del día debo ofrecer mi mercancía, valiéndome de la voz, para anunciar la eficacia del “divino niño” en cuestiones de plata y compitiendo con la cantidad de gente que como yo busca el dinero, favoreciéndose de la fe de los demás. No es nada fácil estar todo un día rogando a Dios, para que llegue alguien en busca de ayuda, y sobre todo que tengan dinero, porque, normalmente a éste lugar no llega más que gente muy necesitada, ya que es éste precisamente el motivo de su visita.

Las personas que visitan mi “negocio”, son en su mayoría señoras, con hijos muy pequeños en los brazos, Y que detrás llevan toda una fila de los mismos.
En cada una de estas mujeres se ve la misma o peor necesidad, que mis ojos reflejan; y que trato de ocultar tras una aparente sonrisa, entre una mirada y la otra, se confunde la tristeza en medio del bullicio y los olores. Porque, al poner los pies en las calles cercanas al 20, se tiene la sensación de entrar en una galería de olores que no respeta genero, ni raza.


Desde que decidí, poner por primera vez mi mercancía en este lugar, después de huir del centro, tras las interminables corridas que me pegaban los tombos; por aquello de la invasión al espacio publico; no he parado de trabajar, cada domingo, siento la sensación de estar esperando a que ese divino niño en el que todos tienen puesta su fe, me de una salida, o un “milagrito”. Por que después de cinco años no he visto nada; bueno, si he visto como los creyentes cambian, pocos se mantienen. Si yo he perdido la fe, que solo trabajo, cuanto más ellos que traen lo que no tienen para ver algún resultado.


Este lado de la ciudad es para algunos, el lugar de la noticia, para otros el espacio de trabajo, para muchos el lugar del milagro y para los restantes un lugar que no conocen y que tal vez nunca conocerán. ¿No necesitan un milagro?, o tal vez saben que nunca se producirá.
Es indescifrable saber esto, tal vez el tiempo traerá la respuesta y algún día pueda contarles si el milagro era que se me diera a mí. O que esto siga así, por los siglos de los siglos.
Por: Catherine Peña

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