lunes, 12 de noviembre de 2007

En Colombia día a día incrementan las cifras de los desplazados


Estephania y su familia son unos más de los cientos de desplazados por el conflicto armado que llegan cada mes a Bogotà, con la ilusión de encontrarse con ese gobierno que da recompensas a los que delatan a grupos al margen; llámense paramilitares, guerrilleros, ahora agulias o preferiblemente AUC; ese mismo que intenta “hacer caer en la cuenta” a la gente para que de la mano a la población desplazada.

Pero llegar a la ciudad y encontrarse con que todo era mentira y que simplemente era una fachada, no ha sido nada fácil. Estephania Fonseca tiene 14 años y llego a Bogotà hace 2, acompañada de sus papas y 3 hermanos; Juan de 3, Michel de 5 y Jenny dos años mayor que ella.

El primer lugar que recuerda es la terminal; un lugar llenos de gente que los miraba de forma extraña y los hacia sentir culpables. Pero ¿culpables de qué? Se pregunta ella hoy, ¿de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada?.Luego viene a su memoria los grandes edificios que nunca había visto y la ciudad de la que solo había escuchado por sus vecinos, quienes se reunían todas las noches a hablar del país y del horror con el que cada mañana de levantaban; de la inseguridad que les generaba el no saber si terminarían ese día “la ciudad era para mí una fantasía, el mundo en el que todo era posible, donde se llegaba a triunfar y la gente vivía feliz. Pero hoy solo creo solo es una celda de miedo y dolor” dice Estephania.

Recuerda la mañana en que debieron salir de Córdoba, dejándolo todo atrás y sin derecho a decir ninguna palabra. El mismo día en que vio como su hermana dejo de ser la niña alegre que cada mañana la despertaba para que jugaran a la profesora; y paso a ser la mujer de mirada fría y ausente que es ahora.“yo creo que ellos no solo le roban a uno la tierra y las cosas sino la vida”, comenta Estephania con lagrimas en los ojos y la mirada perdida.

La cuidad

El primer barrio que conoció en la “feliz” ciudad fue Altos de cazuca en Ciudad Bolívar; y dice que allí comenzó a poner los pies en la tierra. La gente les decía que buscaran la “protección” del Estado, que había ayuda para las familias desplazadas, que el presidente tenia un corazón grande. Y fue así como don José emprendió una búsqueda incesante del corazón grande. Pero primero, no existía atención a la salud tan gratis y tan fácil; y como ellos no tenían documentos que los respaldaran, entonces eran unos NN más en la inmensidad de la ciudad.

Para ingresar a un comedor les pedían una carta que certificara que sí eran desplazados, que “por que ahora todo el mundo se las quiere dar de desplazado”.

Así pasaban días y días de interminables caminadas y solicitudes; siempre pidiendo ayuda ya que ninguno de ellos sabía leer o escribir. El hambre comenzó a acosar, a Estephania le dio una infección estomacal y la señora del cuarto en donde se estaban quedando desde hace ya un mes les acosaba constantemente por el pago. Se dirigieron al puesto de salud improvisado que funcionaba en una casa cuatro cuadras más arriba de donde ellos vivían, esperando recibir atención medica; pero de nuevo recibieron un “no” por respuesta. Pasaron aproximadamente dos horas antes de que los atendieran y Estephania que sufría calambres en el estómago; no se sabe si de hambre, de la infección o de las dos; por fin fue recibida por una enfermera que la atendió bajo el argumento de “aquí de se hace lo que se puede”

Cuando don José se dio por vencido y se dio cuenta de que lo de la mano fuerte si se cumplía con ellos, empezó a ayudarle a un amigo a vender bolsas de basura. Recorría la ciudad cada día y en la noche cansado y con los zapatos ya casi rotos, llegaba a su casa y encontraba a sus hijos dormidos. Excepto Jenny que ya no permanecía en la casa “mi mamá dice que el sueño mantiene” cuenta Estephania. Una aguadepanela, a veces con pan al desayuno y algunas veces a la comida, y una sopa de harina de trigo revuelta con lo que hubiera, al almuerzo eran la comida de todos los días.

Como la plata “la tenían era los ricos” y ellos vivían en el norte había que irse para allá, pero no entre ellos, sino cerca; obviamente. Fue así como llegaron a Soratama, barrio en donde vive gente de escasos recursos, en su mayoría desplazados. Pero que finalmente cumplía con su objetivo: vivir en el norte.

Los vecinos y la escuela

“Los vecinos le insistieron a mi mamá que nos llevara a la escuela, que porque ya estabamos muy grandes para no estar estudiando. A mi me llamo mucho la atención, pero la que si puso el grito en el cielo fue mi hermana; a ella ya no le dan ganas de estudiar. Yo creo que ya no quiere ser profesora... y mis hermanos pues tuvieron que hacer caso por ser pequeños.” Cuenta Estephania. La escuela del barrio les abrió sus puertas y comenzaron a estudiar; y aunque don José era el único que trabajaba y con eso no les alcanzaba para mucho, siguieron adelante. Bueno, intentaron hacerlo. Muy cerca de su casa venden el almuerzo a $5000 pesos la mensualidad a muchos de los niños del sector. Pero don José muchas veces no ha tenido con que pagar la cuota. Aunque le preocupe tanto el estado de salud de sus hijos que se ven aveces pálidos y cansados.

La verdad

Mientras unas estadísticas muestran que el Estado ha atendido la desnutrición en Colombia, y sobre todo en la población infantil, otros estudios señalan que por cada año mueren en Colombia aproximadamente 200 niños, por desnutrición. El conflicto armado es un problema del país y afecta en gran medida a aquellos que algunos llaman “el futuro de éste” los niños. El problema del latifundismo ya llego a su limite dejando aprisionados a multitudes de colombianos en las pobreza y en las promesas. El conflicto y la desnutrición no solo matan el cuerpo, matan también el alma.

Imágenes tomadas de:

despnar.idsn.gov.co/images/desplazados_001.jpg
www.sanpablo.com.co/.../Imagenes/desplazados.jpg



Por: Catherine Peña














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